El punto de partida

Tengo que echar la vista atrás un par de años para recordar la primera vez que vi a mi hija Lucía como una mujer. Quizás fue un gesto, un destello, una actitud fugaz aunque ya cada vez más presente, lo que encendió dentro de mí una pequeña luz en forma de alarma sobre la nueva etapa que comenzaba para ella llena de posibilidades, y sobre la sociedad en que le tocará desenvolverse, luchar, y espero que también disfrutar y brillar.

Desde entonces busco para ella y para su hermano Daniel herramientas que les permitan reconocer y combatir comportamientos machistas que no tienen por qué tolerar ni mucho menos aceptar con naturalidad, a pesar de que estén aún tan extendidos e interiorizados en nuestras vidas. Cada día me doy cuenta de que lo están mucho más de lo que creemos, y eso me preocupa pero también me anima a reivindicar un cambio tan necesario.

Sin embargo, entiendo que este cambio no puede ni deber ser sólo individual. Todos tenemos que dar un paso al frente y nadie debería ser ajeno a lo que queda por hacer en educación, concienciación y aplicación de normas para convivir en una sociedad más justa e igualitaria. Yo sentía que me tocaba dar ese paso adelante.

Lo cierto es que comenzar a hacer fotos con la idea subyacente de la igualdad de género tuvo más de impulso sentimental que de reflexión consciente hacia un proyecto articulado. Lo único que tenía claro, después de tantos años trabajando con niños, era que quería aprovechar la naturalidad y la honestidad innatas que ellos tienen frente a la cámara. No hay segundas intenciones, solo miradas sinceras capaces de llegar a lo más profundo. Y así me di cuenta de que esa lucidez, esa mirada de niña, era efectivamente la vía más directa para mandar un mensaje a quien quisiera recibirlo.

 

El desarrollo

Empecé esta serie de fotos en 2016 y la he desarrollado de forma intermitente y algo improvisada cuando el trabajo me dejaba días más tranquilos. Aunque no tenía muy clara la meta, sí sabía lo que buscaba y cómo podría encontrarlo.

Por una parte, quería trabajar con niñas de entre diez y catorce años, una edad que suele retratarse muy poco tanto en el circuito profesional como en el artístico, y que me parece fascinante para este proyecto: a esta edad aún conservan la inocencia y la forma de soñar de la niñez, pero ya asoma la mujer que pueden llegar a ser. Por esa misma condición están a punto de enfrentarse por primera vez a situaciones de discriminación, desigualdad o abuso, y a la vez empiezan a abrir puertas a todo un mundo de oportunidades.

Por otra parte, buscaba una estética de luz natural en blanco y negro, con una cierta dirección en las poses pero dejando espacio a la espontaneidad de las niñas, a gestos comunes y reconocibles en rostros únicos con sus deliciosas imperfecciones. Miradas de empoderamiento, vulnerabilidad, determinación, ilusión, dignidad… Ese algo tan difícil de explicar y tan reconfortante cuando se deja ver, y que me ha dado casi tanto trabajo como momentos felices al descubrirlo.

Por último, me parecía básico despojar los retratos de atrezo, decorados o ediciones muy elaboradas para acentuar el hecho de que se trata de niñas normales, que podrían ser la hija, la nieta, la hermana o la amiga de cualquiera de nosotros. Y sin embargo son merecedoras de posar en un contexto artístico. Surgen de la oscuridad del fondo como potentes símbolos de las emociones que transmiten los versos que las acompañan. Contemplarlas así retratadas invita a imaginar quiénes son, qué sueñan, qué quieren llegar a ser. Ya es imposible invisibilizarlas. Su potencial y su luz engrandecen lo cotidiano, su mirada luminosa al espectador revela lo sublime que puede haber dentro de cada una de ellas.

Siempre he tenido claro que se puede denunciar y concienciar con un mensaje positivo. En una sociedad anestesiada por el consumo rápido de imágenes feas y escabrosas y por el bombardeo informativo de malas noticias, creo que puede sorprender y conmover más una sonrisa serena y luminosa que nos mira directamente a la conciencia.

En un punto de este recorrido compartí mi visión y mis fotos con Rocío, sabiendo que ella era la otra mitad imprescindible en este proyecto para dar forma y palabras a las imágenes, para crear conexiones como sólo ella sabe hacer. A partir de ese momento empezamos un camino más claro para dar vida a Luminosas. Seguimos recorriéndolo juntas y espero que tardemos mucho en ver su final.

 

El objetivo

Con las fotos de Luminosas busco lanzar un mensaje positivo de estas niñas llenas de luz que gritan con versos que son libres para elegir ser, vestir, experimentar, conocer y actuar como quieran, para vivir sin que nada ni nadie les condicione por el hecho de ser mujeres. Esta reivindicación de igualdad es la que quiero transmitir a mi hija y a las hijas de esta sociedad cambiante, vertiginosa y apasionante en la que nos toca vivir. Que espero que podáis caminar, escoger, abrazaros, estudiar, protestar, amar y rechazar, trabajar, viajar y comeros el mundo igual que vuestros compañeros. Que nadie nunca absorba vuestra luz.

No tengo palabras suficientes para dar las gracias a las niñas que se prestaron a posar para mí y a sus padres, que confiaron a ciegas en mi idea y que han esperado pacientemente a que viera la luz. Sin vosotras y vuestra inspiración nada de esto sería posible.

Si estas fotos llegan al corazón de otros, si son capaces de remover una conciencia o aportan un momento de belleza y luz a alguien para la reflexión y el cambio, ya habrán conseguido mucho más de lo que esperaba cuando hice ese primer retrato de mi “Lucía mariposa”, y juntos habremos dado un paso más para ser personas más solidarias y más luminosas.

 

“Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que no conocí, pero que forjaron un suelo común, de aquellas que amé aunque no me amaron, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero”.

Alejandra Pizarnik